martes, 23 de octubre de 2018

Cuando mi hijo no quiere seguir a Dios

¡Qué bonito es ver a las familias cristianas unidas trabajando juntas para el Señor! Me llena de emoción ver a  jóvenes entregados y comprometidos ayudando a sus padres en el ministerio, algunos de ellos, ya poseedores desde una edad temprana, de un llamado de parte de Dios para sus vidas. Simplemente ves como lo toman y empiezan a andar por el camino del servicio, agarrados fuertemente de la mano de Jesús.

Pero ¿qué pasa cuando de repente tus hijos crecen y no quieren saber nada de Dios ni de la iglesia?
Como pastor, lo primero que viene a tu mente es la palabra "fracaso", seguido por un profundo sentimiento de culpa y tristeza. Para colmo, las redes sociales no ayudan, y la vida de tus hijo se va aireando por todas partes. Miles de flechas te señalan y se clavan en tu corazón...lentamente.

Te preguntas qué es lo que has hecho mal, cuál fue el error, y no sólo te lo preguntas tú, sino que de repente, de todas partes, te llegan  diagnósticos, juicios, consejos no solicitados e incluso palabras de pésame, y ahí, sentado en el banquillo de los acusados sigues estando tú, más sólo que la una.

La idea de dejar el ministerio se te pasa a menudo por tu mente, porque ¿qué sentido tiene ganar otras almas si la de tus hijos se pierden? Ciertamente resulta un sin sentido, y cada día, durante muchos días, visualizas la misma película, el día de su nacimiento, sus primeros pasos, su primera palabra, las idas y venidas al parque, sus manitas levantadas en la iglesia cantando "Cristo me ama", sus oracioncitas antes de comer, su primer año de instituto...y el momento en el que sucede, cuando todas tus expectativas se desmoronan.

Los padres perfectos no existen, todos hemos cometido errores y los vamos a seguir cometiendo. No existen normas o reglas que garanticen que tus hijos se mantendrán siempre en la iglesia o que seguirán a Jesús desde su adolescencia o juventud. Ellos van a tener que tomar sus propias decisiones, como lo hicimos una vez nosotros.

Hay una palabra bíblica de sobra conocida que me llena siempre de esperanza:

"Enseña al niño el camino en que debe andar, y aun cuando sea viejo no se apartará de él" (Proverbios 22:6)

Una de las acusaciones que venía siempre a mi mente incluso después de leer este versículo era: "no le has enseñado bien, deberías haber leído más la Biblia con él, deberías haber orado más con él, deberías haber sido más radical en esto o aquello"  o cosas por el estilo, hasta que un día me di cuenta de que la enseñanza que inculcamos a nuestros hijos no es solamente "doctrina", sino sencillamente es vivir una vida cristiana genuina, y es esa vida que ellos han visto a lo largo de los años, la que los va a hacer recapacitar, una semilla plantada que tarde o temprano dará su fruto.

Lo más increíble de todo, es que, a pesar de nuestras imperfecciones, la gracia de Dios se manifiesta en ellas y en la vida de nuestros hijos de una manera sublime y sobrenatural siempre.¡Aleluya! Sus propósitos son más altos que los nuestros, sus misericordias no tienen fin.

Me gustaría terminar este artículo compartiendo varias de las fases por las que uno pasa cuando uno de tus hijos decide apartarse del Señor. Espero que pueda ayudarte quizá a saber dónde estás y al mismo tiempo recibir aliento.


Fases por las que uno pasa hasta que vuelve a ver la luz:

-Fase de dolor.
 Es un hecho, tu hijo no quiere saber nada de Dios y su comportamiento se moldea al del mundo.
-Fase del por qué.
 Te cuestionas por qué ha sucedido y empiezas a valorar diferentes causas.
-Fase de la culpa.
 Te culpas de la situación, tu ministerio público pierde sentido.
-Fase del qué dirán. 
Descubres que lo que otros compañeros de ministerio piensen te afecta realmente y temes ser juzgado como padre y pastor.
-Fase de quebrantamiento.
 No hay paz en tu corazón y acudes a Dios pidiendo auxilio y suplicando salvación para tu hijo.
-Fase de consuelo. 
Dios está contigo, recibes palabra, fortaleza y consuelo, esperanza y fe.
-Fase de fe.
 Entregas de nuevo tu hijo al Señor y confías en Él.
-Fase de esperar el milagro
Él se ocupa.

Por supuesto estas fases son bastante personales y no tienen que cumplirse todas ni de igual manera en tu vida. ¿Te sientes identificado con alguna de ellas?

Por último, déjame decirte algo: eres una buena madre, eres un buen padre, y tus hijos siguen siendo una bendición y un regalo de Dios. Sigue amándoles, acéptalos tal como son. Sigue sembrando la Palabra de Dios en sus vidas, hazlos parte de tu ministerio, involúcralos en misiones y en el servicio a la comunidad. Persevera en oración por ellos y cree que Dios terminará la obra perfecta en sus vidas.

Gracias por leer.









martes, 9 de octubre de 2018

¿Pastora o mujer de pastor?

Queridas amigas, hoy quisiera responder de manera personal a esta pregunta que tantas veces me han hecho a lo largo de nuestro ministerio pastoral:

Belén, tú cómo te consideras, ¿pastora o mujer de pastor?

Todavía recuerdo cuando Alex fue a visitar a mis padres para pedir mi mano (sí, él es así de tradicional y a mí me encantó en su día) Por aquel entonces, con tan sólo 19 años, ya era bastante evidente que Dios le había llamado a ser pastor, ya desde los 17 predicaba en su iglesia y había desarrollado un amoroso interés por las personas.

Cuando mis padres, pastores por muchos años, dieron su permiso para formalizar nuestro compromiso, mi mamá me hizo una pregunta: "Belén, tú ya has vivido como hija cómo es el pastorado ¿Estás segura de que quieres casarte con un pastor?" Alex abrió los ojos como platos esperando mi respuesta, la cual fue un contundente "Sí"

Tengo que reconocer que no llegué a pensarlo en serio, por lo menos en aquel momento, pues el amor romántico con sus maripositas revoloteadoras tenía presa  gran  parte de mi mente. Yo sólo sabía que estaba perdidamente enamorada de aquel muchacho guapo, comprometido con Dios y su Palabra ¡y no lo iba a dejar escapar! Pero en realidad, las palabras de mi sabia madre tenían mucho peso, ella sabía de antemano que yo no quería ser mujer de pastor, tal vez misionera, pero pastora ¡jamás!

Finalmente ahí estábamos Alex y yo, frente a una pequeña iglesia en el norte de España, él entregado en cuerpo, alma y espíritu, yo, ayudándole en lo que podía en cuerpo, pero mi espíritu y mi alma se hallaban bastante lejos, aunque consentí a regañadientes en ser "la mujer del pastor", y cada vez que llegaba alguien nuevo y me llamaba pastora yo le corregía: "pastora no, mujer del pastor".

Generalmente, en latino américa la mujer del pastor es siempre "la pastora" y se tiene de ella grandes expectativas a nivel ministerial, a saber:

Que vista como tal (¿no has oído nunca del estilo pastora? suele ser un estilo formal, con camisas y trajes de chaqueta)
Que tenga facilidad de trato con las mujeres y sea consejera
Que presida la alabanza o los tiempos de oración con carisma y muchos aleluya y santo santo
Que sea multifacética, que sepa dar clases a los niños, predicar, limpiar, decorar...
Que tenga al pastor de punta en blanco
Entre otras cosas más...

Simplemente yo creía que no era pastora porque no cumplía con casi ninguno de los requisitos que de mí se esperaba, vestía jeans los domingos y me hacía cortes de pelo raros. Sí daba clase a los niños y llevaba la alabanza "a mi manera"(sin aleluyas y otros clamores) de vez en cuando, limpiaba y escuchaba a las mujeres que venían a desahogarse cuando no tenían con quien. Así era yo a principios del 2000 y Dios tuvo que tener mucha paciencia conmigo para convencerme de que la iglesia, y Alex también, necesitaban a una pastora de verdad. Aunque no tuve un llamado espectacular como Alex, el Señor tenía un propósito para mí en el área pastoral. Él es experto en formación de personas imposibles.

Con el tiempo, Dios fue tratando conmigo en mi vida personal, y comprendí que tanto a la familia física como a la espiritual, valía la pena cuidarla y entregarse por ellas. 

Así pues, yo creo personalmente que un pastor necesita que su esposa pastoree a su lado, por ello es tan importante que un varón con ministerio pastoral elija muy bien con quién casarse.

Mi proceso de pasar de  "mujer de pastor" a "pastora" duró algunos años. Tengo que agradecerles a mis pastores, Scott y Marisa Smith, el gran trabajo de formación y discipulado en nuestras vidas, la paciencia, la entrega y el tiempo que nos dedicaron. En parte, lo que somos, es gracias a ellos. Con esto quiero señalar que el pastorado también se aprende, sobre todo cuando tienes excelentes mentores.

A día de hoy yo no cumplo con un cliché de pastora, tengo mi propio estilo de vestir, mi propio carácter, y muchas veces Alex se ha ido a la iglesia con la camisa arrugada o con una talla de menos, pero si algo he aprendido y me ha hecho "apta" para pastorear, es aprender a amar los demás. Es imposible ser pastora si no amas a tu marido, a tu familia y a tus ovejas, pues la iglesia, es siempre una extensión del hogar.

Pastorear es un proceso de aprendizaje, nunca se llega a ser perfecto, siempre se puede aprender más, y Alex y yo seguimos siendo pastoreados por nuestros pastores.

Yo les digo a mis ovejas cuando a veces se disgustan conmigo por alguna causa (pues no soy perfecta) : ¿Quieres seguir creciendo conmigo?












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